Cuando me expreso hacia los demás, cuando demando o exijo lo que me merezco, siempre escucho las mismas respuestas, las mismas cosas absurdas, la misma hipocresía y percibo esa actitud descalificadota o desaprobadora, muchos intentan someterme a sus entupidos criterios, otros quedan absortos ante mi alegada desfachatez, me tildan de loco, de arrogante, hasta quizás de retrasado mental, me llaman rencoroso, amargado, rebelde, ambiguo o bipolar, pero los escucho o hago creer que apruebo sus opiniones, me río en mis adentros, hasta puedo decir sus respuestas antes de que sean pronunciadas, son tan predecibles, se creen tan especiales, tan enfocados y equilibrados, tan inteligentes y razonables, que me dan pena, no puedo negar que me desesperan y cuando su estupidez llega a proporciones que rebozan mi escasa paciencia, entonces los fulmino, descargo ligeras vetas de ira para suprimirlos, para reducirlos a lo que son, seres compuestos de moléculas vivas que destilan co2, criaturas primitivas, pobrecitas, tan sumisas, tan indefensas y crédulas, inseguras, con tan poca estima, pero así son, por eso a veces les pongo un poco de atención, mi escaso sentido de altruismo les otorga la percepción de que si los escucho.
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